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El cambio que hace horas voy buscando

Muy pocos saben que hay momentos idos, que desechamos, que apartamos, pero que son los únicos que nos pertenecen. Como los tiempos que nos ha tocado vivir, que preferimos matar antes que inmortalizarlos.

Todos esos instantes, olvidados, postergados, despreciados, nos ocupan sin pensarlo, sin sentirlo, sin sospecharlo. Y aquí estoy, en medio, sin embargo distante, lejana. Y es lógico que sea así. Si no, no serían estaciones falsas.

 ¿Y cómo son esos dilatados lapsos? ¿Cuándo suceden? ¿Cuándo fueron, mientras anduvieron por ahí descalzos?

No es fácil de responder, menos aun cuando hablamos de olvidados cambios. Apenas están en la memoria de unos cuántos que sueñan con la realidad que viven, entretanto.

Por lo general son los tiempos ideales para una conveniencia extraña. Y yo tenía entre mis manos la clave exacta: dejar de ser el futuro en esta extraviada patria, y participar del presente, aunque salga del letargo. 

Yo también tengo un sueño, en el que me preparo hace mucho. Y estoy segura de que al final convendrá realizarlo. 

Comencé probando con pequeñas vueltas en el patio, aunque este es muy pequeño para un cambio. Entonces salí a la calle, presta a ensayar. La cruda realidad es inclemente, un vaivén que te lleva presa, hasta la insurgencia.

Pero un giro en una realidad ensimismada es poco para tanto. Entonces recorrer el pueblo y responderte de rato en rato te limita el salto. Más aun cuando hablan de la Generación del Bicentenario, en la que depositan todos su completa esperanza.

¿Qué hacer entonces? Volvemos y empezamos. Empezamos y tropezamos. Tropezamos y no nos levantamos. Es entonces cuando nos olvidamos y no volvemos. Cada cual avanzando a su propio paso entre tramos. Segundos, minutos y horas para encontrarnos. Inclusos años en estupor enajenadosDoblo en la esquina y veo tanto, en una aldea global sin lindes ni distancias, donde alcanzo lo que no logré en el patio; y lo que el gobierno limitó tanto. Pero un mundo es poco para la transformación de una sociedad que se ahoga en su pasado, reniega de su presente y no vislumbra un futuro.

Al atardecer de ese día salió algo entre lo buscado. No estaba afuera, anidaba en lo profundo del alma. Me animé a mirar lo desandado hasta sentirme el horizonte que toca el cielo con las manos.

Seguí avanzando. Terminaban los días, que se convertían en meses cada vez más torcidos, que se abrían a los años, en pequeños intervalos, apenas marcados en el tiempo extraño. 

Por los más idos pasaban ordenadas las nostalgias y dispersos los vehementes deseos. Por los más trascendentes las convicciones saltaban, mientras la fe con piruetas en el aire se balanceaba. Ahora ya se sabe, porque la mayoría no va a ninguna parte. Y porque un pueblo se sume en horas aciagas. 

Yo elegí el instante más duradero de todos, la eterna revolución de los tiempos, y cuando empecé a recorrerlo comenzó a tener vida esa incierta medida de los sueños. Como es lo pasado es lo presente, es lo único que escuchaba en el viento, con el tiempo agazapado inquiriéndome:

—¿Dónde te metiste? ¡Hace horas que te ando buscando!

 —¿A mí?

—Sí, tú eres el gran cambio…

—¿Y qué puedo hacer yo ante tanto desvarío?

—Aceptar el desafío.

—Querido tiempo, en el problema que me has metido…

—Nada hay tan sencillo, solo debes convencerte que lo puedes lograr con lo vivido.

Así fue que me llené de ideas la cabeza y marché como el Quijote, no contra un molino, sino contra el extravío, con mucho miedo, sin estar “cursado en esto de las aventuras”, contra gigantes, “en fiera y desigual batalla”.