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Richichucha de la bandurria

Abrió los ojos de golpe, observó un rostro arrugado, una nariz de berenjena y unos ojos color capulí que le miraban fijamente como si nunca los hubiera visto. ¡Pum! Un golpe le cae en la pantorrilla, el dolor le penetra muy lentamente como si estaría electrizado y la mujer le grita haciéndolo sobresaltar.

—¡Nicolás¡ ¡Acaso no piensas levantarte! ¡Mira la hora que es!

—Achachauuuuu mamá —dijo Nicolás por el puntapié que recibió de doña Juana. 

—Pues me ves como su fuera una persona extraña o como si vieras una serpiente, en fin ya no me hagas renegar…y ¡hasta que hora piensas dormir he¡ ¿Acaso no te acuerdas que hoy es el yawar fiesta?

—Claro que lo recuerdo muy bien, como olvidarlo —A papá no le gustaría eso.

Su papá murió un día como ese, un 28 de julio, cuando demostraba ser uno de los mejores toreros y en su lecho de muerte dio a su hijo sus últimas palabras:

— “Hijo este día dejaré de ver la luz, cuida a tu madre, se buen hombre, nunca olvides mi enseñanza e intenta ser el mejor torero, el más famoso y búrlate de ese toro español” — Tanto él como su madre se sintieron muy abatidos por aquellas palabras de Don Pablo. 

Nicolás, conocido como “Richichucha de la bandurria”, era un músico de las fiestas del pueblo, llevando en mano siempre su bandurria y cada vez que estaba borracho decía que él era el “Richichucha de la bandurria”, que nadie lo igualaba y que con el transcurrir del tiempo se convirtió en un buen torero, muy respetado y querido por el pueblo. Tenía los toros más bravos que según él decía que eran del Apu Tintayparo, esos toros de la neblina, que nadie los vio; solos Don Pablo sabía de donde los había traído y que tal vez era lo que mejor que les había dejado a su mujer y a su hijo Nicolás.

—Ya basta, hoy es un nuevo día, desde hoy dejaremos de torturarnos con el pasado y pensar solo en lo que venga —dijo la mujer entre lágrimas.

—Está bien mamá, hoy demostraré quien soy y en quién me convertí, que esto es lo que quería ver mi padre.

Doña Juana, la madre de Nicolás, era una mujer pequeña, tenía los cabellos casi canosos, lucía siempre una vestimenta atrayente, una pollera adornada con flores, una chaqueta de color roja y aquellas infaltables ojotas negras; por otro lado, Nicolás era un joven alto, guapo y con el cabello siempre alborotado. Ese día llevaba consigo una vestimenta de torero aficionado. Ambos vivían en la comunidad de Acpitán, un pueblo tranquilo, hermoso y sobre todo solidario.

Nicolás se despidió de su madre con un beso en la frente y la gente ya se veía afanada yendo muy presurosa al distrito de Coyllurqui, para coger un sitio en el ruedo y también al almuerzo que el alcalde había ofrecido a toda la población. 

—¡Nicolás! —le dijo un hombre robusto y moreno— tus mejores toros ya están en el distrito sanos y salvos; hoy trajimos los más bravos.

—Muy bien, ahora los alcanzo respondió Richichucha — mientras se dirigía hacia la casa de doña Pretina, donde le esperaba su amada Salvacha. Se dieron un beso y un abrazo y quedaron para encontrarse en el ruedo.

Nicolás tenía que ir de todas maneras al almuerzo que le había invitado el alcalde. Al llegar todas la personas lo saludaban con respeto, era uno de los mejores toreros del distrito. La banda típica a cargo del señor Atanasho empieza a tocar; es una música agradable. Él tenía muchas ganas de ver al cóndor, así que se escapó un momento del almuerzo y sin que se dieran cuenta fue al aposento de esta ave legendaria.

Cuando entró y cerró la puerta, nunca imaginó ver a un hombre muy bien parecido y galante. Nicolás le preguntó:

—¿Dónde está el cóndor?

—Mmmmm pues aquí estoy, eres la primera persona que me ve así- respondió el hombre galante con tranquilidad.

—¿Queeeé acaso bromeas? ¡Tú no puedes ser el cóndor!

—Yo hago que tengas buenos toros, solo mírame e inmediatamente se convirtió en el animal.

¡No lo puedo creer! Discúlpeme por haberle dirigido esa tonalidad de voz

—No te preocupes, además quería hablar contigo.

Nicolás no creía lo que estaba viendo, quedó totalmente sorprendido.

—Nadie debe saber que soy un hombre-animal y el que me descubre debe morir

—Los toros que tú tienes son gracias a mí; son toros de la neblina y hoy te matarán por órdenes mías, pero tú puedes ganar si te recuperas en el mejor de los casos; cosa que no sucederá, así que, vete que viene gente y nos verá hablar.        

El muchacho salió muy nervioso y pálido, sorprendido por todo lo que le había dicho el cóndor ¿Sería verdad aquella predicción? 

Toda la gente iba dirigiéndose al ruedo, siempre con la alegría en sus corazones y llevando con todo el honor al cóndor que increíblemente le cargaban como a un santo en su altar.

Al llegar al ruedo, la alegría de la gente era inmensa y los cánticos muy atractivos. En el centro del ruedo bailan los alferados y luego una pequeña presentación con caballos. Richichucha se siente muy nervioso, siente que alguien lo coge del hombro; era su hermosa Salvacha; le da un abrazo fuerte y promete dedicarle un juego con el toro; al mismo tiempo ve de lejos a su madre y en el encuentro de ambas miradas se dicen lo mucho que se quieren. 

Terminada la presentación en el centro del ruedo, Richichucha indica a Gregorio, uno de sus mejores laceadores, coger un toro y como de costumbre le dan antes un poco de trago para marearlo. El toro sale, la gente grita de la emoción y el primero que se atreve es Don Justino, quien demostrando su valentía empieza a divertir la fiesta. El toro corre y la gente en coro dice ¡Ole! nuevamente otro ¡Ole!, de nuevo otro ¡Ole!  Y a al tercer toro decide salir a torear Nicolás, es un toro bravo, pero logra dominarlo. Para la siguiente tiene que salir un toro cargando a una persona, tal y como es la costumbre; esa persona es Joaquín, un joven que estaba ebrio y se atrevió a montarlo. La gente gritó eufórica viendo que Joaquín duraba 3 minutos y de repente cae torciéndose la cabeza; el verdadero Yawar Fiesta había comenzado. El toro no paraba de pisotear al joven y la sangre se expandía por todo el suelo, nadie se atrevía a ayudarlo; cuando de repente se escuchaba corear el nombre de ¡Richichucha! ¡Richichucha!… Nicolás se armó de valor, se tomó un buen sorbo de trago y salió atrayendo la atención del toro que dejó de lastimar a su víctima que ya estaba semimuerto, el toro iba directo hacia Nicolás, pero no pasó nada, fue fácil de controlarlo. Ni bien salió de ese susto, escuchaba que el gentío gritaba que el toro con cóndor se aproximaba y entonces en su mente no dejaba de repetirse aquella frase “el que me descubre debe morir”, entonces buscó desesperadamente con su mirada entre tanta multitud a su madre y a su novia, solo ellas le transmitirían aquella fortaleza de enfrentar a lo que se venía.

Se tomó un poco más de trago para ahuyentar al nerviosismo, tiene que burlar o matar a ese toro porque así debe de ser. Con ese ánimo, salió a enfrentar al animal, se fijó en los ojos del toro que mostraban rabia y dolor causado por el cóndor que estaba encima picoteándole la oreja y sacándole trozos de carne; era el momento perfecto para enfrentar al mamífero.  El toro le lanzó una mirada aterrorizante a Nicolás, mientras él se moría del nerviosismo y un escalofrío se apoderó de él, sintió miedo, mucho miedo; pero la gente lo animaba coreando a viva voz ¡Richichucha de la bandurria! ¡Richichucha de la bandurria! Se armó de valor y enfrentó cara a cara al animal, ambos se miraron como si tendrían alguna conexión, el toro corrió y ¡Ole! una más y ¡Ole! Nicolás sintió que ganaba la batalla, fue entonces cuando volteó muy confiado para saludar a su enamorada y su mamá y dedicarles ese último ¡Ole!, pero en ese instante voló tres metros y tuvo una caída muy fuerte, sintiendo los cachos del toro entre sus piernas como si uno de ellos se introdujera en su muslo, la gente gritó horrorizada; el toro lo dejó en el suelo por un instante, luego retrocedió para tomar más impulso y corrió aún con los cachos ensangrentados para aplastarlo contra la pared. Nicolás expulsaba una gran cantidad de sangre, era a borbotones… la gente se quedó en silencio muy sorprendidos y horrorizados por lo que presenciaban, por otro lado, el toro no resistía el dolor de la oreja que le ocasionaba el cóndor porque lo seguía maltratando. 

A Richichucha de la bandurria nadie lo ayudaba, no querían arriesgarse a ser lastimados por aquel toro feroz.

—Te lo dije, ibas a morir —le decía el cóndor mientras seguía disfrutando cómo se retorcía Nicolás del dolor.

El toro se apartó dándose por ganador, cuando de pronto como un espejismo Nicolás creyó ver a su padre con los efectos del alcohol. Don Pablo estaba más joven. Nicolás sacó fuerzas de no sé dónde y gritó muy fuerte ¡Papá! La gente quedó enmudecida por tal impresión, el toro se había alejado de su víctima y ahora corría dando vueltas como si alguien estuviera toreando; la gente no lo veía, sin embargo, Nicolás sí. Quería sentarse pero no podía, sentía sus huesos rotos y destrozados; muy a pesar de ello se levantó como si no sintiera dolor alguno; cogió como pudo su capa y burló al toro hasta agotarlo. Sonrió al cóndor por su gloria e inmediatamente cayó desmayado. Su cuerpo parecía no tener señales de vida. El toro volvió a su celda mientras que el cóndor a su altar.

Socorrieron a Nicolás de inmediato, le tomaron el pulso y aún se encontraba con vida. La gente al enterarse que estaba vivo empezaron a corear gritando ¡Richichucha de la bandurria eres el mejor! ¡Viva Richichucha de la bandurria!

Mientras era auxiliado, escuchaba como entre sueños el llanto desgarrador de dos mujeres, eran su madre y Salvacha.