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El papel no llega al cielo

Era domingo por la mañana y somnoliento me levantaba, pero una triste sonoridad perturbó mi paz, era mi madre se le veía triste; ella, una mujer joven, bella y llena de felicidad se le veía agotada y triste.

—Madre, qué sucede ¿Te encuentras bien?

—Hijo, tú sabias que tu abuela se encontraba un poco enferma, ¿verdad?

Mi abuelita Jushita, mi madre y yo siempre hemos estado juntos desde que mi joven mente puede recordar; mi padre, bueno de él se dicen maravillas: un buen hombre, decente y trabajador, lástima que no lo pude conocer, a pesar de ello nunca me deprimió no tener un padre, mi abuela, mi querida mamá Jushita nunca me lo permitió, me cuido, me enseñó todo para que algún día yo sea un hombre de bien, un hombre recto digno de respeto, el amor nunca me faltó con ella.

—Sí, madre, sabía que estaba un poco enferma, pero ¿qué pasa con eso?

—Ella se fue hijo, a un pueblo mejor, donde el sol brilla más, el aire es más puro, el agua es tan cristalina como para ver tu propio reflejo, un lugar maravilloso, donde puede descansar tranquila.

Escuchar eso me partió el corazón, se fue, no me dijo nada, no se despidió, ni un beso o un adiós, no sé qué voy a hacer sin ella.

—¿Qué? ¿A dónde fue?, tengo que buscarla, ni siquiera se despidió de mí, ¿cómo llego a aquel pueblo?

—Hijo no podrás llegar, es un largo sendero lleno de baches, dificultades y necesitas experiencia tu no estas listos para pasar por ese trecho aun, tú abuelita tiene que descansar.

Me sentí solo, sin saber cómo iba a continuar sin ella aquí, todavía no entiendo porque se fue sin despedirse, entiendo que aquí no tengamos mucho y que se haya ido por su bien también lo entiendo, pero no entiendo por qué no me dijo, no entiendo que hice mal, no recuerdo haber hecho nada tan malo como para que no se quiera despedir de mí, será por la vez que me comí sus galletas o tal vez por la vez que me regaño por espantar al bello colibrí que ella veía desde su vieja y descolorida mesedora. Quiero verla, tengo que verla, pero no sé dónde está y tampoco sé dónde buscar.

—Abuelita Jushita, ¿cómo eras tú de pequeña?

—Ay, hijito, era terrible, mi hermana y yo nos divertíamos haciendo travesuras. Cuando terminábamos de ayudar a nuestra madre,  subíamos colina arriba para jugar en un gran estanque, había pececitos de todos los colores que te puedas imaginar, una cabaña antigua pero muy bonita, en ese lugar se podía respirar vida, nos metíamos al estanque y jugábamos un rato, cuando ya se ponía el sol y el cielo se pintaba de rosa, bajábamos de regreso a casa sobándonos los brazos porque sabíamos que nuestra madre nos regañaría y pellizcaría por volver tan tarde y para cereza del pastel: mojadas, pero la diversión y las risas no se borran, me encantaría volver a ese pueblo

—Vayamos juntos, ¿cuándo me llevaras a mí también para jugar?   

—No hijo, nos encontramos muy lejos, es un largo camino para llegar y no sé si a esta edad mi cuerpo resista tanto trecho.

Desperté con la fría sensación de lágrimas corriendo por mis mejillas, era ella, la vi, ese sueño me hizo sentir nostálgico, me gustaría sentirme mejor  de por lo menos haberla visto pero no, no es suficiente, quiero abrazarla decirle que la quiero, que no volveré a tocar sus galletas, que le hare una casa a ese colibrí para que también viva con nosotros y ella lo pueda ver siempre, que hare lo que sea para que vuelva, pero quiero estar con ella,

No sé si fue un momento de iluminación o de claridad pero y ¿si ella está en aquella cabaña en la colina de su antiguo pueblo?, encaja con un aire limpio y puro, perfecto para sus pulmones, agua cristalina para que pueda ver peces coloridos todos los días y es un lugar tranquilo para descansar, en ese preciso instante corrí lo más rápido que mis pequeños pies me permitieron, tome mi alcancía y la rompí, recogí el dinero intentando no lastimarme con el filo de mi rota alcancía, era suficiente, me alcazaba para sus galletas favoritas, galletas de canela con un poco de azúcar encima, luego cogí una hoja de uno de sus periódicos y la empecé a doblar después de unos minutos cogió la forma de un pajarito, orgulloso de mi trabajo me dispuse a ir a casa de mi tía no sin antes decirle a mi madre que la visitaría, ella aunque sorprendía por mi actuar  me dio permiso de salir, mi tía vivía demasiado cerca no fue difícil llegar.

—Hola, tía, ¿cómo estás?

—Bien, hijito, que milagro que me visitas ¿Qué haces con tantas cosas encima?

—Son un regalo para alguien muy especial, pero tía yo venía a hacerte una pregunta, ¿cuándo tú y mi abuelita eran pequeñas iban a jugar a una colina con una cabaña?, ¿sabes cómo llegar?

—Claro hijito a la salida del pueblo el sendero se divide en dos, Jushita y yo solíamos subir  por la que estaba a la derecha, te darás cuenta por el viejo árbol  con el columpio colgando en su rama principal.

Con esta valiosa información, tome camino para ver a mi abuelita, solo pensaba en el momento en el que llegaría, le daría un abrazo tan fuerte que ni aunque quisiese se podría soltar de mi agarre, ella estará muy feliz de verme o eso espero, ojala ya no este enojada conmigo, es imposible que lo este después de ver los fabulosos regalos que le estoy llevando, seguía absorto en mis pensamientos que sin darme cuenta llegue al árbol, ella tenía razón es un largo camino y la colina se ve bastante empinada, pero no me rendiré tan fácil, le voy a entregar estas galletas y este pajarito, aunque sea solo papel doblado para mi significa lo mucho que la quiero.

Caminaba y caminaba y todavía no estaba cerca siquiera de la mitad del camino, tampoco puedo caminar muy rápido pues mis piernas no son largas y me canso bastante, a medida que  avanzaba se me iba acabando el aire, estaba exhausto sentía que las ampollas en mis pies explotarían en cualquier momento pues no estoy acostumbrado a caminar tanto, pero no importa lo que pase tengo que verla era el único pensamiento que transitaba por mi mente y no iba a parar.

Las horas pasaban, un manto negro comenzó a envolver el cielo y yo cada vez veía menos, en una de esas se me fue el pie y las galletas que con tanto cariño y amor le había comprado rodaron por la colina hasta quedar completamente en migajas, me sentí decepcionado de no poder darle el gusto de comerse esas ricas galletas por culpa de mi torpeza, pero aún tenía la esperanza de poder darle este pajarito de papel.

Después de tanto trecho, arena ,rocas y caídas llegue, todo era cierto peces de muchos colores en esa cristalina agua, el aire en verdad se sentía más puro, en verdad se respiraba vida, todo era verde y había una antigua cabaña detrás del lago, tenía razón mi abuelita, este lugar es maravilloso digno de un alma tan buena como lo es mi mamá Jushita, me acerque lleno de felicidad a tocar la puerta, pero nadie abría, no contestaban a mi llamado seguí tocando hasta que la puerta se abrió sola y estaba todo oscuro, pero encima de un mueble viejo que había en la entrada encontré una vela y un encendedor que me ayudaron a recorrer toda la casa gritando, 

—Abuelita, abuelita, mamá Jushita he venido a visitarte.

Seguía sin obtener respuesta, busque en cada habitación de aquella cabaña y simplemente no estaba, no había señales de que hubiera habido alguien por ahí en mucho tiempo, me rindo no está aquí, triste y desesperado me puse a llorar  en la entrada de la cabaña, no tenía fuerzas para pararme y volver a casa, solo tenía fuerzas para llorar. Estuve ahí solo llorando abrazado a mi pájaro de papel por unas 3 horas hasta que veo a alguien venir hacia mí, corriendo a ver quién era lleno de esperanza de nuevo, fui al encuentro de esa persona, pero era mi madre  

—Hijo ¿qué haces aquí? Me tenías preocupada ¿Por qué estas llorando?

—No está aquí, ella no está aquí, vine a buscar a mi abuelita pero no está aquí, este lugar encaja a la perfección con la descripción que me diste, ¿por qué ella no está aquí?

—Hijo yo no me refería a este lugar.

Con lágrimas y los ojos hinchados y moreteados por tanto llorar le respondí:

—Entonces donde está, ¿por qué no me llevas con ella? Yo solo quiero darle este pajarito de papel que le hice, quiero dárselo, quiero que ella lo tenga.

Con lágrimas en los ojos me responde:

—Hijo mío, el papel no llega al cielo…