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Hambre de amor

Desde pequeña siempre me ha apasionado la medicina, más que todo la perfección del cuerpo humano y me la pasaba leyendo libros buscando respuestas a mis dudas para así entender nuestro funcionamiento. La sangre nunca fue algo que me provocara asco o vómito, más que todo lo miraba como algo fascinante y que me parecía tan asombroso por sus componentes, textura, color, olor, por todo. Cuando me decidí por seguir medicina, estuve siempre centrada en conseguir el primer puesto para poder mantener mi beca en una universidad prestigiosa, mientras que las demás chicas gastaban su tiempo intentando ganarse al más inteligente y apuesto, pues sabían que los cirujanos son bien pagados, yo luchaba por dejar en alto mi nombre, pero no les voy a negar que siempre me tentó la idea de compartir mi meta de los estudios con el mantener una buena relación amorosa, conseguir o buscar a una persona que me quiera … o que me ame. 

Al terminar mis estudios me fui a por lo seguro a trabajar en un hospital del Estado, pero como sabía que el sueldo no se comparaba al de los particulares, preferí utilizar mis descansos para enseñar o dar charlas en universidades privadas. El primer día de trabajo en sala de operaciones fue tan excitante por toda la adrenalina que sentía a la hora de realizar los cortes, el sentir que un pequeño error podría decidir sobre la vida de un paciente y por lo tanto sobre mi trabajo y reputación lo hacían todo tan emocionante. 

Después de quedar tan satisfecha de haber logrado estudiar lo que me apasionaba, decidí alistar mis materiales para dar mi charla en las universidades particulares, tomé una libreta y anoté todas las emociones que sentía, todo lo que creía que recompensaba el dedicarle tantos años de vida a estudiar algo tan asombroso, y además no quería que se me olvidaran los consejos que me facilitaron las tareas y actividades en aquellos tiempos; tenía una semana para preparar todo, estaba tan nerviosa y emocionada. Al llegar el día, no podía evitar sentir mi corazón latir tan rápido, muchas veces tuve exposiciones frente a cientos de personas, pero nada se comparó a ese día, quería quedar bien frente a ellos. Siempre he sido de incluir a las personas en mis exposiciones, hacerlos sentir incluidos cuando explico y no dejarlos tan solo como espectadores; esta no fue la excepción, preparé algunas de mis preguntas para el público, para motivar las participaciones ofrecí premios como un disco duro y dos USB, también preparé chistes que ellos seguro entenderían ya que iban dirigidos para los que pasaron por medicina general y los primeros años de nuestra especialidad. Cuando llegó el momento, respiré profundo, saludé a todos los estudiantes, comencé explicando mi experiencia en los estudios, indicando algunos de mis logros más resaltantes y la  presentación de mi persona, luego compartí mi experiencia en mi primera semana de trabajo, lo emocionante que fue; seguidamente les fui contando algunos chistes, al inicio no hubo muchas risas, pues se sentía un poco de tensión en el ambiente, procedí a informarles sobre el concurso de preguntas y los premios, la mayoría se emocionó un poco, lancé la primera pregunta para ver quién era el ganador del primer USB, como estuvo muy fácil muchos levantaron la mano, hubieron dos que la levantaron muy rápido, un chico de pelo rojizo como el mío y una muchacha de pelo rubio, ambos lo hicieron sin dejarme terminar la pregunta, pero decidí darle la opción de responder a la joven, lo hizo bien y le hice entrega de su premio; no quería gastarme los dos últimos premios al mismo tiempo, así que procedí a darles algunos consejos para poder realizar mejor sus tareas y prácticas y solté una pequeña bromita, el ambiente se sentía mejor, no podía dejar de notar a aquel chico de pelo rojizo su risa era tan tímida que me recordó mucho a mi yo de los primeros años en medicina, me pareció tan lindo y tierno, para la segunda pregunta varios levantaron sus manos, pero pude leer su respuesta susurrada en sus labios antes que cualquiera; me atrajo mucho pues se notaba que él era muy estudioso, desvié mi mirada por un rato, pues no quería que se sintiera incómodo y le di el premio a alguien de la última fila que respondió correctamente, y para la última pregunta, les mostré a todos el disco duro; les dije que el primero en levantar la mano con la respuesta correcta se llevaría el premio, mencioné la pregunta y grande fue mi sorpresa cuando tan solo dos personas levantaron con velocidad pero adivinen quien la levantó primero…¡ están en lo cierto!… el chico de cabello rojizo lo hizo, rápidamente le di el micrófono para que diera la respuesta, como lo supuse su respuesta fue correcta, así que le di su premio. Me había divertido muchísimo, al retirarme de ese salón me interceptó una de las maestras, ella me informó que mis honorarios ya habían sido abonados a mi cuenta, le agradecí, seguidamente me preguntó sobre mi experiencia y si podía volver algún otro día, pues al parecer le encantó a los estudiantes; yo simplemente sonreí, le dije que ya quedaríamos, realmente fue muy satisfactorio lo que me acababa de decir, sentía que todo había valido totalmente la pena. Me despedí, estaba en la puerta de la universidad, era de noche y me puse a revisar si algo me faltaba hasta que alguien toco mi hombro de manera muy tímida, giré mi cabeza un poco y pregunté quién era, una voz dulce y grave me respondió:

—Bu… buenas noches —Se notaba su poca seguridad y nerviosismo al mencionarlo.

—Buenas noches cariño, ¿en que puedo ayudarte? —Respondí lo más amigable que pude, quería hacer más cómodo el ambiente.

—Mi nombre es Daniel y me preguntaba…

—Un gusto Daniel, eres el chico que ganó el disco duro ¿cierto? —Sonreí algo nerviosa pues lo interrumpí sin querer.

—Sí, le agradezco por este premio, realmente necesitaba uno —Mencionó en voz baja.

—No tienes que agradecerme nada, solo premié tus conocimientos, tienes que seguir esforzándote, pero ¡Hey! ¡Vamos! qué es lo que querías decirme hijo.

—Quisiera saber si podía darme su número de teléfono. – Mencionó casi susurrando mientras sangraba ligeramente su nariz.

—¡Oh! ¡Claro!… ¿Para qué lo necesitas?, espera… ¿Te encuentras bien? —Saqué un trozo de papel higiénico de uno de mis bolsillos y lo deposité en su mano.

—Disculpe, es que me pareció una mujer tan interesante, y también me pareció… Mmmuy linda —Su sangre era tan rojiza, no salía mucho, se notaba muy nervioso.

—Oh ya veo, pensé que querías preguntarme algo con respecto a la charla ¿Cuántos años tienes, Daniel? ¿Sabes mi edad? No soy tan joven como lo parezco —Sonreí ligeramente—  no quería ponerlo más nervioso.

—Yo tengo veinte usted me parece una mujer de veinticinco años ¿Estoy en lo correcto? —Desviaba su mirada de una manera muy tierna.

—Exacto tengo veinticinco y pronto cumplo veintiséis, sabiendo esto ¿No te parece que soy muy mayor para ti? Nos llevamos una diferencia de cinco años.

—Yo siento que la edad es solo un número, mientras todo sea legal yo no le veo ningún problema.

—Jaja, me encanta tu seguridad, este es mi número 944 333 ***, escríbeme a mensajes de texto … ¿Tienes tiempo? ¿Quieres venir a mi casa? —Sentía que iba muy rápido, pero era la primera vez que un chico que me parecía lindo mostraba interés en mí, aunque su edad...  —Se veía muy joven.

¿E… enserio? Sí, tengo tiempo señorita Abigail —Se notaba su emoción en su mirada.

Ambos subimos a un taxi, le di las indicaciones al conductor, miré fijamente a Daniel, sus labios eran tan carnosos y rosados que me daban unas ganas enormes de morderlos como a un malvavisco, su piel era tan blanca y perfecta que me hacía morder mi labio para intentar aguantar las ganas que tenía de probarla por su olor, que era tan dulce y amargo como el de un chocolate costoso; su rostro era perfecto, sus pecas le daban un toque tan único a su bello rostro eran como chipas de chocolate en un helado de vainilla; quería morder sus cachetes gorditos como a un bizcocho. Yo sabía que la atracción que tenía hacia él era solo algo tan superficial, pero tenía tanta hambre de amor que no me importó.

 Cuando llegamos invité a Daniel a pasar, lo hice sentarse en una silla de mi comedor, saqué una copa de vino, quería embriagarlo, quería probarlo entero y sabía que no me dejaría estando sobrio. Diluí una de las pastillas que guardaba tan secretamente en uno de mis cajones, le di el vaso; me desprendí poco a poco la bata que llevaba de mi uniforme; ambos bebimos de golpe las bebidas por la emoción, poco a poco su timidez se hacía tan nula, ambos agarrábamos confianza, lo llevé a mi habitación. El alcohol me hacía sentir tan adormecida, el poder lamer su piel y saborearlo como un postre se me hacía tan placentero, me quedaba mirando sus labios, le robé un beso,  pero le empezó a sangrar la nariz, estaba tan emocionada porque el sabor de su sangre parecía caramelo derretido, sabía que hoy cenaría su cuerpo como un postre, bebía todos sus fluidos como si fuesen algarrobina; los sonidos que escuchaba de su boca me volvían loca, él se ponía un poco agresivo, sus manos pasaban por mi cuello,  me rasguñaba y eso, encendía más mis ganas; cuando ponía sus dedos en mi boca los mordía como a una galleta, con tantas pasión. Tantas sensaciones que pasamos, que me hicieron conocerlo por dentro, cuando por fin terminé de cenar, abrazaba lo que quedaba de él para mantener nuestro calor.

—¿Lo que quedaba de él? ¡Usted está demente! ¿No muestra ni arrepentimiento?

—Llámeme como quiera, Esa noche fue la mejor de mi vida.

—El juez la condenará a cadena perpetua ¡Maldita caníbal!