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Musa de mis creaciones

Me encontraba tras la puerta viendo a mi mujer, estaba tan hermosa, con el gato sobre sus piernas viendo por la ventana las volubles hojas caer. Me preguntaba, por qué con ella, no tiene la culpa.

Estudié literatura por cinco años en la universidad, los cuentos de terror eran mi éxtasis, cuando leía a Allan Poe, a Bram, Stoker a Mary Shelley, era lo más placentero, estaba dispuesto a dar mi vida por ser un gran escritor, daría la vida por incluso superar a mis maestros, a mis ídolos.

Era un joven muy atractivo, era muy alto y algo delgado, vestía al estilo de Sherlock Holmes, casi nunca faltaba aquel abrigo que me cubría el torso por completo. A causa de esto muchas muchachas seguían mis pasos, algo a lo que jamás presté atención. Un día que caminaba por la universidad la vi, estaba sentada sujetando libros en la mano, estaba tan sola, parecía estar triste, me acerqué y entablé una conversación con ella, era tan callada, apenas respondía lo que le decía; me parecía perfecta, sus respuestas eran tan cortantes, que solo podían decir algo: Aléjate.

Esa misma tarde fui a mi casa, prendí pronto el fuego de la chimenea y me senté en la silla a recordarla, aquel rostro, era la musa de mis poemas, era casi inevitable cerrar los ojos y no pensar en ella, como si hubiera conquistado mis pensamientos, mis palabras y mi ser. Estaba decidido, debía de casarme con ella.

Al día siguiente fui a buscarla a la universidad, estaba sentada en el mismo lugar, en la misma posición, con los mismos libros y con el mismo semblante; me senté a su lado y le acerqué mi mano, levantó la cabeza me vio y sonrió -Que hermosa sonrisa- sonreí y le hice entrega de la rosa que llevaba en mano. Fueron meses de conversaciones, salidas y experiencias.

Una tarde de primavera en medio de un parque nos encontrábamos sentados, era hora, le pedí que sea mi esposa y dijo que sí.

Festejamos la boda y empezamos a vivir juntos, era la mujer de mi vida, estaba seguro de eso, la amaba y estaba muy seguro que ella me amaba a mí.

-Si les cuento esto, es para que sepan cuánto la amé, era tan hermosa, no había segundo que no dejase de pensar en ella-

Pronto retomé mi trabajo, noches y noches escribiendo cuentos que terminaban en un tacho de basura, estaba tan decepcionado, necesitaba algo, una inspiración. De pronto salí en una noche de lluvia y muy oscura, mientras pensaba en que jamás llegaría siquiera a los talones de mis grandes ídolos, ideas en mi cabeza revoloteaban, necesitaba algo, voces en mi mente me atormentaban, parecía estar loco, siempre fui un hombre muy inteligente, creía que la locura era para gente boba y débil, -ahora me encuentro yo en esta situación, qué hago-  la lluvia me empapaba y las ideas parecían un shot de adrenalina que hacían que mi corazón palpite cada vez más rápido; aquella ideas parecían cegar mi razón. Había un vagabundo recostado en el piso, mis ojos parecían ser las de un águila rapaz viendo a su presa, saqué un cuchillo de mi bolsillo y me acerqué lentamente, aproveché que se encontraba dormido y lo maté, fue tan limpio que causó en mí excitación. Tenía que huir, me fui corriendo y la lluvia limpiaba mis manos que estaban llenas de sangre. Llegué a mi casa como drogado, entré al escritorio y escribí hojas y hojas sin parar, un asesino que mataba a gente por placer, que cuento más hermoso, me sentía tan a gusto, que al día siguiente quería volverlo a hacer, así superaría a mis más grandes ídolos.

Otra vez lluvia, caminaba y no encontraba a nadie, ¡Oh! sorpresa, una niña paseaba con un perro en manos, caminé hacia ella con una gran sonrisa, saqué el cuchillo y maté a la niña, otro asesinato tan limpio; el perro ladraba mucho, así  que decidí llevármela, estábamos solos, ella estaba muerta, volví a sacar el cuchillo y le despoje los dedos de su mano, uno por uno, parte por parte, reía y entraba en una libido profunda, nuevamente y en marcha a casa mi gran amiga la lluvia me limpiaba las pruebas de fechoría.

Lo hice por meses, pronto bostezaba de lo aburrido, matar y matar, necesitaba algo más. La vi, estaba sentada con el gato entre sus piernas viendo caer las volubles hojas, por qué a ella, no tiene la culpa. Entré con cuchillo en mano, me acerqué a su oído -eres la musa de mis creaciones- y arremetí contra ella, el cuchillo atravesó su cuello, me miró, esa mirada – ¡Oh!  mi amor, te amo tanto-. Placer encontré, la amaba tanto, que fue motivo de mis cuentos por meses.

Pero qué pasa cuando el cuentista se encuentra en un cuento de terror; voces y más voces, nada los satisfacía, yo la amaba y la cambié por unos cuentos, tenía que ser la musa de mi inspiración.

¿A caso el relato de cómo me vuelvo loco les pareció rápido? No hallo manera de relatarlo mejor, es como lo sentí, un abrir y cerrar de ojos, ahora estoy aquí escribiendo un cuento más, mientras escucho las voces de mi interior.